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El Festival de Cannes, un sabor de cine


Venecia inventó la receta y Billy Wilder puso los ingredientes. Brigitte Bardot añadió picante, Truffaut sal y la crítica pimienta. Kusturica, los Dardenne y Haneke lo guisaron, a fuego lento. Tarantino ligó la salsa, la jet-set lo regó en boato y el Mediterráneo sirvió el Festival de Cannes.

Fundado en 1946 para competir con la Mostra de Venecia, ha cosechado a lo largo de sus 67 ediciones ha mimado a sus estrellas y ha convertido el paseo marítimo de La Croisette en la cita anual de mayor prestigio del universo del séptimo arte.
Tras un efímero certamen en 1939, arruinado por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el certamen arrancó en con empaque en septiembre de 1946. Aquella edición, con un sistema de selección rígido, premió a once películas, entre ellas «Roma, ciudad abierta», del italiano Roberto Rossellini, o «María Candelaria», del mexicano Emilio Fernández.

Pero solo fue en mayo de 1952 cuando el Festival de Cannes se trasladó a la estación de la primavera en Francia, adelantándose en el calendario al resto de muestras cinematográficas.

En aquella década se premiaba a cineastas como Billy Wilder («La gran prueba») o al comandante Cousteau («El Mundo del Silencio»), Brigitte Bardot estrenaba el bikini en la playa que orilla Cannes (1953) y nacía la Palma de Oro (1954).
Por esas fechas, un coqueteo en una sesión fotográfica entre una Simone Silva en «top-less» y un Robert Mitchum travieso agregaron sensualidad a un festival donde la alfombra roja despierta tanto interés como la pantalla.

Eran primaveras en las que se aplaudía a estrellas como Kirk Douglas, Cary Grant o Alain Delon y se admiraba a musas eternas como Grace Kelly (resucitada en la presente edición por Nicole Kidman) o Sophia Loren (que el próximo miércoles sentará cátedra en Cannes).

En 1959 se creó el ahora titánico Mercado de Películas, antes de que ganaran el certamen «La dolce vita» (1960), de Federico Fellini, y «Viridiana» (1961), firmada por Luis Buñuel y única Palma de Oro de un director español.
Cuando en mayo de 1968 en las calles de París se buscaba la playa debajo de los adoquines y obreros y estudiantes levantaban barricadas contra el pasado, Cannes fue suspendido por solidaridad, a petición de directores progresistas como Roman Polanski, Orson Welles, Francois Truffaut y Jean-Luc Godard.

Al año siguiente el festival inauguró su segunda sección paralela, La Quincena de Realizadores -tras La Semana de la Crítica- con el compromiso de no bascular ante presiones políticas.

La segunda sección oficial, Un Certain Regard, nació en 1978 para destacar películas infrecuentes, durante la misma edición en la que se nombró delegado general a Gilles Jacob, que el próximo 25 de mayo se jubila como presidente del festival, y en la que se creó Cámara de Oro, que recompensa el talento joven.

La Palma de Oro se la repartían aquellos días cineastas como Francis Ford Coppola («Apocalipsis Now») o Martin Scorcese («Taxi Diver»). Y ya en los ochenta, Costa-Gavras («Missing»), Emir Kusturica («Papá está en viaje de negocios») o Wim Wenders («París, Texas), quien este año compite con «The Salt of The Earth».

Desde su inicio hasta nuestros días, la selección oficial ha premiado con galardones varios a Carlos Saura, Alain Resnais, David Lynch, Tarantino, Almodóvar, Jim Jarmusch, González Iñárritu, Spielberg, Amat Escalante, los hermanos Cohen, los Dardenne, Michael Haneke… o a Jane Campion, presidenta del jurado en 2014.

Se recuerdan películas controvertidas, como la oda al exceso en «La gran comilona», de Marco Ferrari, alguna diva altiva boicoteada por los fotógrafos, como Isabelle Adjani, y otras que paseaban guepardos por la playa, como Claudia Cardinale.

También ha habido cineastas olvidados de la talla de Hitchcock y directores expulsados y readmitidos, como el episodio del derrape hitleriano de Lars Von Trier que terminó en enmienda.

Pero, sobre todo, en el Festival se respira un culto al cine, mayoritariamente occidental, y a la fantasía que gravita a su alrededor: belleza, fama, moda, caprichos, romances, joyas, dinero, sueños… y Paul Newman, Katharine Hepburn, Marlon Brando, Helen Mirren, Meryl Streep, Mastroianni, Juliette Binoche o Penélope Cruz.

Y también, el hechizo de la opulencia, las fiestas en discotecas, barcos y mansiones, los robos multimillonarios, los artificios de las grandes marcas y las casas de moda, sin olvidar la pérdida de contacto del festival con los cinéfilos sin visa oro y credenciales VIP.

Una constelación de elementos singulares son los que hacen que el Festival de Cannes sea el certamen más importante del mundo. Solo la gala Hollywood le disputa su relevancia, pero a diferencia de los Oscar, la cita francesa programa filmes estrenados en sus pantallas y no los que ya han pasado por las salas comerciales. Por eso, Cannes tiene un sabor único.

EFE