Robert Downey Jr. ha conseguido algo que parecía imposible: ser torpe y encantador pese a ser un superhéroe cuya principal tarea es golpear y aniquilar a los malos. En «Iron Man 3» despliega todos sus poderes en una historia llena de humor, efectos especiales y espectaculares batallas.
Junto a Robert Downey Jr., una Gwyneth Paltrow que también se lanza sin prejuicios a dar golpes y a convertirse, de forma temporal, eso sí, en la perfecta superheroína que defiende a su chico.
Mucha acción, mucho humor y mucha ironía es lo que ofrece esta tercera entrega del superhéroe de Marvel, que contrasta con la seriedad con la que se narran las aventuras de otros superhéroes enfrentados a la destrucción de la Tierra.
Y no es porque Iron Man no tenga amenazas de ese tipo, sino porque el hombre detrás del traje de hierro es un multimillonario descarado que no se toma nada en serio, ni a sí mismo.
Eso da como resultado una serie de películas en las que el humor está muy presente, especialmente en esta tercera entrega, en la que la torpeza habitual de Tony Stark se amplifica hasta el ridículo más bochornoso.
Eso, unido a la fantástica interpretación de Robert Downey Jr, al buen hacer de la Paltrow y a unos efectos especiales espectaculares hacen que la película sea de lo más entretenida, pese a que no aporta nada al género de los superhéroes en general ni a la saga de «Iron Man» en particular.
Shane Black, responsable de guiones de películas de acción como la saga «Lethal weapon» o «Last Action Hero«, se pone detrás de la cámara para poner en pie una película de gran presupuesto y con un estilo ya muy marcado en las dos entregas anteriores.
Y repite un esquema que ya ha demostrado su éxito en taquilla (más de mil millones de dólares de recaudación). Sigue el lema de Hollywood de no arriesgar si no es estrictamente necesario.
Por no arriesgar no lo hace ni en la elección del malo de turno, un Guy Pearce que siempre cumple correctamente con su cometido pero al que se echa de menos en producciones con un poco más de profundidad intelectual.
Lo mejor es sin duda el segundo malo de la película, «el Mandarín«, un siniestro personaje con la cara de Ben Kingsley y todo su humor británico dentro.
EFE