«Europa no puede acoger toda la miseria del mundo pero sí debería asumir su parte», afirma a Efe Delphine Coulin, autora de «Samba para Francia«, la novela sobre la inmigración ilegal que inspiró la exitosa película «Samba«.
Escritora y realizadora, Coulin es también guionista, junto a su hermana Muriel, y a los directores Erik Toledano y Olivier Nakache del filme «Samba», y corresponsable, por tanto, del giro que da su obra original del drama a la comedia en la gran pantalla, con Omar Sy y Charlotte Gainsbourg como protagonistas.
Su novela surgió de las experiencias acumuladas durante los tres años en que fue voluntaria en París en el servicio ecuménico de ayuda Cimade, cuya misión consiste en acoger, orientar y defender a los extranjeros, refugiados y demandantes de asilo en Francia.
Fundada en 1939, la Cimade fue para Coulin el territorio en el que tuvo la oportunidad de encontrarse con «cuatro o seis personas» cada semana para ayudarles a preparar el informe administrativo necesario para evitar que fuesen expulsadas por decisión judicial.
Cuando entró en la Cimade estaba escribiendo otro libro pero, «semana tras semana, lo que estaba viviendo era tan violento que a partir de un momento empecé a tomas notas y poco a poco se convirtieron en una novela«, rememora Coulin en conversación telefónica desde el sur de Francia.
En la Cimade, Delphine Coulin (Bretaña, 1972) se enfrentó al día a día de los inmigrantes sin papeles, a las injusticias que sufren, a las persecuciones, a la búsqueda de trabajo para poder vivir dignamente en Europa, y su obsesión fue sacarlos de esa invisibilidad.
Pero también, de la mano de Samba (Omar Sy, en la película) y de los otros inmigrantes ilegales con los que se relaciona el protagonista de la novela y la narradora (Charlotte Gainsbourg, que en el film adquiere un mayor relieve), Coulin alude a los dramas que de esos hombres y mujeres que un día se marcharon de sus países por motivos económicos, pero en su mayoría por razones políticas, guerras o genocidios.
A los dramas que les arrancaron de sus raíces, muchos ilegales tienen que sumar sus travesías, que en el caso de los africanos son literalmente por el desierto, para llegar al «dorado» europeo, para una vez alcanzado encontrarse en la clandestinidad y explotados.
Samba, el maliense nacido en Bamako en 1980 que protagoniza la novela no existe en realidad, pero todo lo que le pasa desde que sale de su país hasta que llega a París, donde vive su tío, es «verdad». «Su carácter, su físico es inventado, pero las situaciones que vive, los trabajos que encadena están documentados, no son historias inventadas, les pasaban a los indocumentados de los que me ocupaba«, asegura Coulin.
También su errar por el Sahara, donde roza la muerte, hasta llegar a Melilla y sus vivencias en los invernaderos del sur de España están documentados por lo que le contaron los que lograron superar todos esos obstáculos, pero también -añade- por algunos de los documentales que produjo durante los diez años que trabajó en la cadena de televisión francoalemana Arte.
Sí que son, sin embargo, verdad ciertos personajes «secundarios«, como el caso de una anciana de 93 años originaria de la antigua yugoslavia que consiguió no ser expulsada «in extremis» por tener un cáncer terminal, del que ella nunca supo nada, o el caso de un iraní que se cosió la boca para evitar su repatriación.
Pero la inmigración, advierte, también tiene claroscuros. Coulin rememora las dudas que tuvo con un ruandés, del que ignora si finalmente consiguió sus papeles, pero que podría haber participado en el genocidio de la población tutsi por el hegemónico gobierno hutu, en 1994. Dudas que se convierten en certezas en el personaje de Jonas, quien involuntariamente cede su identidad a Samba.
Es consciente, dice, que con una novela o con una película, pese a su gran éxito, no se puede cambiar la opinión pública, pero al menos se da por satisfecha si su historia de «Samba» contribuye a que miremos de otra manera «a esa sociedad subterránea sin la que nuestra sociedad no funcionaria igual«.
Está de acuerdo con la famosa frase del año 1989 del ex primer ministro socialista francés Michel Rocard de que «Francia no puede acoger toda la miseria del mundo«, pero añade que «sí debe asumir su parte«, lo mismo que Europa, subraya.
EFE